- En Impulsa 2025, Carlos Smith, Andrea Tokman y Óscar Landerretche coincidieron en que el Biobío tiene las capacidades para liderar una nueva etapa de crecimiento inclusivo.
- Desde la urgencia de reducir la permisología hasta la apuesta por servicios digitales y educación técnica avanzada, el panel trazó una hoja de ruta para transformar las regiones en motores del desarrollo nacional.
El panel “Chile puede volver a brillar” reunió a tres voces del mundo económico nacional para reflexionar sobre los desafíos y oportunidades para retomar una senda de crecimiento sostenido, impulsar la competitividad y fomentar un desarrollo más inclusivo, con foco en las capacidades regionales del Biobío.
Subieron al escenario Carlos Smith, economista e investigador de la Universidad del Desarrollo; Andrea Tokman, economista jefe de Quiñenco, y Óscar Landerretche, académico de la Universidad de Chile.
En su intervención, Carlos Smith destacó el enorme potencial del Biobío, comenzando por su capital humano: la región concentra cerca del 10% de todos los estudiantes de pregrado del país. A esto se suma una industria altamente diversificada, lo que constituye una base sólida para el crecimiento. Sin embargo, advirtió que, pese a esta fortaleza, la región no ha alcanzado su verdadero potencial económico, y llamó a redoblar los esfuerzos para revertir esta situación.
El economista abordó también algunas barreras estructurales que están afectando el desarrollo. Entre ellas, enfatizó la burocracia en los procesos de permisos, que en el Biobío tardan en promedio 1.657 días, muy por sobre la media nacional. Esta “permisología”, sumada a la inseguridad, genera altos costos para la inversión: solo en 2023 se estimaron pérdidas por 100 millones de dólares y más de 5.000 empleos. Smith además alertó sobre los preocupantes niveles de desempleo (9,3%) y la informalidad laboral, especialmente entre mujeres, junto a la persistencia de la violencia rural y delitos complejos, que desincentivan el desarrollo de sectores clave.
Pese a este diagnóstico, planteó potenciar sectores estratégicos como la energía limpia (pero también más barata), los puertos, el turismo, la pesca y el proyecto de tierras raras. Subrayó que el Biobío tiene el talento, la infraestructura y la capacidad para convertirse en un hub tecnológico y financiero. Finalmente, llamó a una descentralización real, reforzando la necesidad de políticas que fortalezcan a las regiones como motores del crecimiento nacional.
Una sintonía que debe ser aprovechada
La economista Andrea Tokman abordó su participación desde una perspectiva de largo plazo, enfocándose en cómo Chile puede construir una visión estratégica para el desarrollo sostenible. Señaló que percibe un cambio en el ambiente político y técnico: “Por fin parece haber un objetivo común en torno al desarrollo”, algo que -según recordó- hace apenas una década no era tema de consenso. A su juicio, hoy existe una mayor apertura para discutir el crecimiento económico, y esa sintonía debe ser aprovechada.
Tokman identificó oportunidades claras que ya están sobre la mesa. Advirtió que, si Chile realmente quiere «volver a brillar», debe dotarse de una mirada estratégica que considere los cambios estructurales del entorno global, y subrayó la necesidad de interpretar con inteligencia el nuevo contexto geopolítico y económico internacional, caracterizado por su velocidad, incertidumbre y reordenamiento de cadenas de valor. Insistió en que la adaptabilidad será clave en este nuevo escenario y que, para ello, se requiere una fuerte inversión en capital humano. No basta con formar trabajadores; se necesita flexibilidad y capacidad de respuesta para reubicarse donde esté la demanda, y en eso -afirmó- el sector privado juega un rol central, ya que es quien mejor puede anticipar y responder a los cambios productivos.
Finalmente, Tokman llamó a mirar con ambición nuevos sectores donde Chile tiene ventajas para insertarse en la economía global. En particular, destacó los servicios digitales altamente transables, intensivos en capital humano, como una vía para generar empleos de calidad en cualquier región del país. Su mensaje fue claro: si Chile quiere una economía capaz de sostener su crecimiento en el tiempo, debe pensar más allá de los sectores tradicionales y apostar por el talento, la tecnología y la adaptabilidad.
Un camino sin depender de Santiago
El economista Óscar Landerretche inició su intervención reflexionando sobre qué significa realmente tener una estrategia de desarrollo regional. Para ilustrarlo, comparó a la región del Biobío con Eslovenia, un país europeo con una superficie similar y una población apenas mayor, que logró convertirse en una economía desarrollada, innovadora y con identidad propia. A partir de ese ejemplo, planteó que llegó el momento de que las regiones chilenas comiencen a pensarse a sí mismas como territorios capaces de definir su propio camino al desarrollo, sin depender de Santiago.
Por ello sostuvo que las estrategias regionales deben construirse localmente, reconociendo las ventajas comparativas y los cuellos de botella específicos de cada territorio. “Los instrumentos de política pública no tienen por qué ser los mismos para Atacama, Biobío o Los Lagos”, señaló. Y fue claro al afirmar que una estrategia no es un conjunto de deseos, ni una simple lista de políticas ideales, sino un plan concreto para hacer viables esas políticas, considerando las capacidades reales y las condiciones necesarias. Subrayó que el Biobío ya cuenta con recursos clave -un ecosistema empresarial, capital humano y universidades consolidadas- para diseñar y ejecutar una estrategia propia.
En esa línea, cuestionó si el modelo universitario tradicional de la región responde a los desafíos del futuro, y propuso repensarlo radicalmente. Invitó a apostar por una transformación del sistema hacia una educación técnica avanzada, al estilo de los politécnicos alemanes, que permita formar o recalificar a trabajadores para enfrentar los nuevos desafíos productivos. Además, llamó a usar las industrias locales como plataformas para construir ecosistemas de innovación y proveedores tecnológicos, tal como ocurrió de forma orgánica en la industria del salmón en el sur del país.
También abordó el problema de fondo que, a su juicio, afecta al país: un cortocircuito entre crecimiento y política. Explicó que, aunque Chile tiene condiciones internacionales favorables y una institucionalidad macroeconómica sólida, lleva más de 15 años sin implementar reformas estructurales. El problema -añadió- es que estas requieren un clima social y político estable, pero ese clima se ve afectado por la falta de crecimiento. “Como no crecemos, la gente está molesta, y eso dificulta el debate de fondo que permitiría empujar los cambios necesarios”, advirtió. Su conclusión fue clara: para salir de ese círculo vicioso, primero hay que inyectar crecimiento, crear empleo y recuperar el optimismo ciudadano que permita viabilizar las transformaciones que Chile necesita.